20 diciembre 2009

Cuando 2.500 personas salen impresionadas de un concierto...

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"Hace diez años estaría tocando a 200 metros de aquí, en El Rincón del Arte Nuevo para una pareja que, a la tercera canción, ya habrían empezado a enrollarse". Simpático agradecimiento de un protagonista igualmente majete que ha ascendido al olimpo del rock and roll en un espacio de tiempo relativamente corto. Y es que los conciertos de Quique están actualmente a mucha distancia de sus shows pretéritos. En todos los sentidos.

Enrique González es rock and roll. Lejos de esa imagen de cantautor sensible y sincero de sus inicios, uno comprende desde las primeras estrofas de Daiquiri Blues (la primera de la noche) que este músico ha evolucionado. Un camino que empezó a materializarse con La aristocracia del barrio hace un par de años y que en el concierto de anoche, llegó al cénit en muchos sentidos.

Ya no es ese chico tímido que salía encorvado a cantar por Enrique Urquijo. Aunque muchos de sus referentes siguen siendo los mismos, ahora, tiene presencia suficiente para liderar con eficiente solvencia a una banda de altura que, después de un mes, cada vez está más engrasada. En el espectáculo cae casi todo el disco nuevo en directo. Pone especialmente los pelos de punta Lo voy a derribar (él sólo con la guitarra) y, sobre todo, Algo me aleja de ti, con la colaboración de César (teclista de la banda de Pereza). José Ignacio Lapido puede sentirse orgulloso de este homenaje, sentido y cariñoso.

Su día libre, El arma precisa y Riesgo y altura (todas reforzadas por la contundencia de la banda) estuvieron a la altura de los grandes clásicos del músico, que sus fans corean de forma incontestable. Emociona ver a una masa cantar muchos de los clásicos que le han hecho llegar al lugar donde se encuentra ahora.

Sobrado de voz y sensibilidad, con un sonido inmaculado para ser La Riviera (y eso que el concierto se retrasó cuarenta y cinco minutos por problemas técnicos) suenan Avería y redención o No hay partida, de su último disco y la reacción del respetable es eufórica. Menos, cuando Quique, en plan gracioso cabrón, alaba la figura del Barça como nuevo campeón mundial, antes de interpretar El campeón.

Ojos iluminados de muchos cuando sonó Pájaros mojados y, sobre todo, Kamikazes enamorados. Una desgarradora, encantadora, profundamente melancólica canción donde se ve toda su sensibilidad, su infinito gusto por las buenas canciones y su capacidad de fabricar frases memorables a flor de piel. Pequeño rock and roll se consolida (una vez más) como una de las mejores canciones escritas del último rock español. O Bajo la lluvia, con ese sencillísimo arreglo de piano que te implanta una sonrisa involuntaria en la boca sin darte apenas cuenta.

Lo de Vidas cruzadas, de La noche americana es sencillamente espectacular. Ni siquiera se oye la voz de Quique en la canción. El público canta demasiado fuerte, entregadísimo y nos regala una de las estampas más bonitas del concierto. La canción responsable de que Quique dejara los aforos que nunca se llenaban para pasar a las salas llenas de incondicionales que le valoraron por fin como merecía.

La luna debajo del brazo, junto con Miss Camiseta mojada, se la guardó para el final. Y podrían haber sido otras. Su repertorio tiene nivel suficientemente estable para permitírselo. Ha conseguido una hazaña jodidísima: que cualquiera pueda decir "esta frase sólo la podía haber escrito Quique González”. Una personalidad arrolladora. Un compositor imprescindible. Sin él, no existirían muchos de los nombres que dan lustre a las paredes de muchos garitos madrileños.


Una crónica de Kike del Toro, por cortesía de músicaen1000direcciones.com



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