Un libro, el de Félix Romeo, que habla sin quererlo de una generación, una generación ahogada. No la de esos ochenta tan míticos; en Zeta las cosas se empezaron a mover cuando apenas despuntaba la última década del siglo, unos iban y otros volvían, pero aquí somos siempre un poco más tardanos, el Cierzo aleja las cosas y las enclaustra entre cuatro paredes de las que no salimos más que para buscar una garrafa de vino cuando éste escasea. Felix Romeo habla de un amigo, pero también lo hace de las personas que lo rodearon, unas personas que, como en todas las generaciones, sobreviven a sus fracasos sin manual de instrucciones y deseando con todas sus fuerzas que sus esperanzas no se derrumben presa de las risas de ese monstruo amalgamado que son los padres, la familia, las fábricas y los horarios metódicos de los transportes públicos. Chusé Izuel escuchaba a Club Eléctrico y -como a mí- le gustaba. Cantaba Jesús López dónde guardan los versos, tampoco todos es el cielo mientras Chusé Izuel, distinto como las líneas de los años, como uno de los niños perdidos- en su acepción sajona Lost Boys-, se descubría como un escritor que bebía las palabras y las escupía haciéndolas suyas, como si subrayándolas quedara constancia de lo que pensaba. Félix Romeo no quiere completar ni cantar, ni hacer arabescos de malditismo entre las columnas estrechas del libro. No es un vano ejercicio de alguienteníaquecontarlo, es el deseo de mantener cerca de los que se han ido mediante el simple hecho de la memoria. Las personas siguen vivas mientras haya quien las recuerde. Es allí donde el autor deja claro que lo más doloroso no es el instante justo de la muerte, lo más terrible es lo rápido con lo uno se vuelve a la normalidad, a la hipoteca, a la novia, al trabajo, a preocuparse de cualquier otra cosa o más bien por todas las otras cosas; las Novias, los Héroes, Zaragoza antes de ser Zeta, Zuma, los tebeos de la Márvel, Zuma, las bolsas de plástico, Ángel Guinda antes de ser uno más entre los que buscan el destierro, la escritora reproductiva y automática.
Es Amarillo un libro violentamente evocador no una biografía al uso. Y allí está su belleza.
Y mientras Jesús López sigue cantando juegan las ratas en las estrellas/mientras los ángeles vuelan bajo.
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