29 septiembre 2011

Bunbury publica el 18 de octubre una caja especial con sus siete discos de estudio en formato vinilo.



El 18 de octubre de 2011 se publica una caja especial con todos los discos de estudio de Bunbury en vinilo, que se edita con un completo libro que analiza estos álbumes escrito por el periodista Juanjo Ordás. Son los LP Radical sonora (1997), Pequeño (1999), Flamingos (2002), El viaje a ninguna parte (2004), El tiempo de las cerezas, con Nacho Vegas (2006), Hellville de Luxe (2008) y Las consecuencias (2010). Hasta ahora, solo se habían publicado en vinilo Helville de Luxe y Las consecuencias. Los demás son inéditos en este formato.

Son los discos grabados en estudio por Bunbury en solitario (El tiempo de las cerezas junto a Nacho Vegas), tras su exitosa etapa con Héroes del Silencio (1984-1996). Álbumes fundamentales en la historia del rock español y latinoamericano, dotados de una intensa carga personal y que definen la personalidad de uno de los artistas capitales de la escena española. Trabajos diferentes, arriesgados, de búsqueda, impregnados de influencias diversas pero con el espíritu Bunbury siempre presente. Y nada mejor que algunos de los atinados comentarios de Juanjo Ordás que aparecen en el libro de esta edición especial para definir la magnitud de la obra de Bunbury que ahora se edita en vinilo, de un creador siempre inquieto, con un imponente aliento musical y capaz de explorar y sorprender en cada uno de sus discos.

Radical sonora.

En el disco había tres grandes protagonistas. El primero de ellos el mismo Bunbury, el segundo su nueva banda y el tercero la electrónica. El vocalista utilizó su debut como un vehículo para reafirmarse como músico inquieto. No sólo era un cantante, también era un compositor con conocimientos musicales hasta entonces retenidos por la dinámica de su ex banda, un tipo preparado para fusionar la música oriental y la occidental con conocimiento de causa. Respecto a la electrónica, tercer elemento definitorio de Radical sonora, su importancia en el álbum fue fundamental para dotarle del vanguardismo deseado, subrayando la influencia de la música de baile con la que el rock and roll se mezclaba en aquellos años. Las programaciones, samplers y tratamientos sonoros emparentaron este trabajo con la primera división del rock internacional más abierto, aquel que veía en todos estos elementos una importante herramienta para avanzar a través de nuevos caminos y también para revigorizar el rock con sensualidad bailable. Con todo, Radical sonora era un disco con corazón. Un corazón que bombeaba beats, electrónica y guitarras. La producción conjunta de Phil Manzanera y el propio Enrique consiguió un equilibrio importante entre el componente maquinal y el humano, las canciones eran canciones, no ejercicios de estilo, y una vez se buceaba en ellas había mucha más carne que metal, mucho más nervio que hierro. Los casos más sencillos eran Alicia (expulsada al país de las maravillas) y Polen, ambas alimentadas por una base de guitaras acústicas, aunque en ningún momento del disco lo estético predomina sobre la esencia.

Pequeño

Pequeño es un cobijo, un refugio emocional de un músico incomprendido por la industria y sentimentalmente dolorido. Se trata de un disco cuya escritura nace de la necesidad de reconocerse a uno mismo, de sentirse humano y de aceptar la vulnerabilidad. La búsqueda de iguales que hagan de la existencia algo llevadero -o cotidiano- conduce a Bunbury a firmar un trabajo que busca consuelo entre el dolor y la esperanza. Así, lo que Enrique plantea en su segundo disco solista es una colección de canciones que utiliza el formato cabaretero como concepto para abordar cuestiones complejas desde la sencillez mejor llevada. Pese a su justa aparamenta, la producción del álbum es rica en matices y el ejercicio de fusión estilística es intrincado, estando excepcionalmente resuelto. Además, a todo ello hay que añadir una temática lírica que comprime mensajes con la idea de conseguir unas letras que encajen con la inmediatez de la canción popular. En tres palabras: rock de autor.

Flamingos

Flamingos es un disco que va varios pasos más allá de lo mostrado en Pequeño. Bebe de las mismas fuentes y amplia influencias, sirviéndose de una producción lujosa y explosiva muy alejada del recogimiento de su predecesor. La banda ya había rodado lo suficiente durante el tour previo, ganando empaque, potencia y sincronización, algo que Enrique aprovecha componiendo canciones de arreglos mucho más complejos. La estructura de este tercer disco es similar a la empleada en su predecesor. Igualmente, una primera parte se dedica a las canciones más accesibles, reservándose una segunda para dar cabida a algunos de los más complejos. Así mismo, la temática parte del argumentario desarrollado en el disco anterior, aunque desde una perspectiva mucho más oscura. La luz es justa. El aislamiento sobrevuela muchas de las canciones, no hay nadie a quien ver, sólo ecos del ayer, la propia reflexión y un deseo de encontrar un apoyo. El dolor sentimental contextualizado en el rock and roll way of life marca el disco con severidad.

El viaje a ninguna parte

El viaje a ninguna parte hace honor a su nombre en el sentido de que se trata de un disco escrito en gran parte durante un largo viaje que llevó a Enrique a lo largo y ancho de Centroamérica y Sudamérica, aunque si atendemos a lo estrictamente musical lo justo es hablar de un álbum doble que hunde sus raíces en el continente americano. El viaje a ninguna parte muestra a un músico que comienza a recomponer su vida personal y que, de paso, parece apostillar el estilo desarrollado desde Pequeño. Bunbury ha conseguido a estas alturas un sello estilístico que no precisa de un género concreto para expresarse con personalidad. Poco habrá de Pequeño y lo justo de Flamingos: la música autóctona latina, el tex-mex, el reggae y el jazz bastardo serán herramientas sagradas a utilizar. Pero el viaje va más allá de lo ocioso, lo que Enrique encierra en este cuarto álbum solista es el mapa de una travesía en busca de si mismo, dando con las claves de la batalla que debió librar dentro suyo para redefinirse como persona, reactualizando su filosofía.

El tiempo de las cerezas

Choque de planetas. O quizá no tanto. Nacho Vegas y Enrique Bunbury tenían más en común de lo que pudiera parecer. El interés por textos nutritivos y por los sonidos de raíz americana les unía aunque procedieran de universos en apariencia distintos. Al fin y al cabo hablamos de rock de autor, al margen del mercado en el que cada uno se moviera. Ambos habían iniciado una trayectoria solista tras haber pertenecido a grupos conocidos (Manta Ray / Héroes del Silencio), sabían lo que era abrirse paso creyendo en si mismos. Enrique se benefició de poder visitar brevemente la sordidez de Vegas y Nacho de la luminosidad de Bunbury. La idea tras El tiempo de las cerezas era la de grabar una obra doble, en la que cupiesen las dos voces frente a la base de una banda común que haría las veces de nexo común entre dos registros tan distintos como el de Enrique y Nacho. Y pese a que en ocasiones debido a la fuerte personalidad de ambos da la sensación de estar escuchando dos discos distintos, también es cierto que esa marcada personalidad permitió que ambos firmaran algunas de las mejores canciones de su carrera, además de permitirles grabar un tipo de disco que ninguno de los dos ha vuelto a repetir. Ni Enrique volvió a firmar un trabajo tan oscuro ni Vegas uno tan bien producido.

Hellville de Luxe

El regreso de Enrique al estudio de grabación no podía haber sido más potente. Tras su proyecto junto a Nacho Vegas y una gira de reunión con Héroes del Silencio que causó furor en diez únicas y exclusivas fechas, el músico se encerró junto a una flamante nueva banda para capturar una nueva colección de canciones que dejaban constancia del gran estado de forma en el que se encontraba como intérprete y escritor. Hellville de Luxe era un comeback en el que nada debía fallar. Y lo cierto es que con esas canciones listas para grabar era imposible que nada fallara. Enrique se había tomado su tiempo para hacer un disco redondo y uno casi diría que para todos los públicos. Es un trabajo explosivo que se sitúa al borde del escenario, en una proximidad y accesibilidad que le emparenta con Flamingos aunque nada tenga que ver con tal disco más allá de la intención de sonar potente, de llegar al oyente sin rodeos. Aquí no hay nada del recogimiento de Pequeño aunque sí de su sinceridad, se interna en frondosos climas musicales como ocurriera en El viaje a ninguna parte aunque con mayor orden. También tiene parte de su base en El tiempo de las cerezas aunque se mueve a años luz de él. Hellville De Luxe era el nuevo Bunbury.

Las consecuencias

Tras un disco explosivo como Hellville de Luxe, Bunbury decide llevarse a su nueva banda hacia terrenos más reposados. Su actitud camaleónica no ha cambiado y Los Santos Inocentes deben demostrar que son una banda tan todoterreno como su líder. Las consecuencias pasa por ser una de las grandes obras de Bunbury, un disco que -una vez más- nada tiene que ver con trabajos anteriores aunque su cercanía le sitúe próximo a Pequeño. La firma de Enrique ya es sinónimo de mezcolanza personal. Así, en Las consecuencias continuará dando rienda suelta a su interés por el rock americano y la canción mediterránea (incluyendo la chanson francesa) para dejar la vertiente latina fuera de órbita. Las canciones tienen su personalidad propia, más que entrelazarse se suceden como capítulos individuales pertenecientes, eso sí, a un mismo libro. Un libro íntimo, de páginas ásperas escritas con la mejor letra, donde la tinta es sentimiento propio y ajeno. No hablamos de un disco necesariamente anglosajón aunque en su bandera ondeen los colores norteamericanos en extraña fusión con las formas españolas y mediterráneas. Enrique presenta un cancionero familiar aunque distinto a lo que llegó a ofrecer incluso en Hellville de Luxe, su más inmediato predecesor. Con Las consecuencias se cerró un ciclo que el propio autor bautizó como “Canciones desde el puerto” y que comenzó con El tiempo de las cerezas, momento en el que estableció en El Puerto de Santamaría su base creativa. Un LP tan nutritivo, centrado e inspirado era el mejor broche, clausurando una época a ritmo lento para que bailen las sombras de la chimenea mientras su pausada cadencia nos arropa.

Fuente | Emimusic.es

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