10 agosto 2009

QUADROPHENIA IX - "Golpe de Gracia"

Era un caluroso seis de Agosto, dando un último resoplido… me coloco el cinturón de seguridad aunque se que no me hará falta allá donde voy, ajusto el retrovisor y metiendo la primera marcha hago que el coche comience a rodar poco a poco. Me espera un eterno camino hacia un territorio que es posible me sea conocido y familiar o tal vez no, me da lo mismo, pulso el triangulito del play y por los altavoces aparecen mis copilotos; unos llevan un sombrero y una guitarra mientras cuentan historias de trovadores contemporáneos, otros más hábiles portan un banjo o un slide que sin querer, avivan el polvo dejado por las ruedas de mi automóvil. Suena “Hidden Treasure” de Jonny Kaplan; (Will I find the hidden treasure today?)

El Sol en lo alto estrella sus rayos contra el parabrisas que rebotando contra los oscuros cristales de mis gafas producen mil destellos luminosos que indican la dirección a seguir. Las horas de luz insuficientes son mi combustible. ¿Podría haber conducido por la noche? Desde luego, pero soy un animal nocturno, mi cabeza funciona a mil por hora cuando los vampiros y demás criaturas nocturnas salen de caza desafiando a las aceras de la ciudad, por lo tanto aprovecho mi desconexión momentánea para dejarme llevar por el camino, así como ya relataba Jack Kerouac en “El Camino” las aventuras y andanzas de Sal Paradise, Dean Moriarty, Marylou...etc, de Nueva York, a San Francisco pasando por Chicago, México, Nueva Orleáns… y todo el jodido continente norteamericano.
“No tengo ni sol ni luna, vivo en la carretera”.

El día continúa avanzando como yo sobre el asfalto hirviente que desprende llamaradas transparentes de calor allá a lo lejos, en el horizonte, donde los sueños y promesas se funden con el cielo. No hay un alma en la carretera y si lo hay es porque es el mismo Diablo esperándome en algún cruce para negociar mi alma con el, de momento puede esperar, tuvo suficiente con la de Robert Johnson y aún se entretiene con ella por el delta del Mississippi. Empieza a quemar el salpicadero y las viejas compañeras de autopista se suceden una tras otra a través de las ondas del radiocasete, a veces el lento country, otras un añejo rock and roll fronterizo… pero siempre canciones para el alma.
Un cartel me indica la próxima gasolinera, necesito echar combustible y parar para estirar las piernas y las ideas… las ideas… siempre pululando entre mi pelo entremezclándose con el árido ambiente que me rodea y con “A Higher Place” de Tom Petty.

Diviso a unos muchos metros la gasolinera que más atrás me indicaba el cartel, es una destartalada caseta con cuatro surtidores regentada por un hombre de, calculo, cincuenta y pico años pero con aspecto octogenario que tiene su cara curtida por el sol y el polvo del desierto. Me pregunta mi destino desconfiado, de reojo, como mirando a un extraño forastero, a lo que yo respondo sin apartar mi cara del tapón del combustible:

-Mi destino no tiene dirección y los neumáticos que marcan el camino son mis botas.

Tras ello el hombre me toca el hombro y con una mirada de párpados caídos me responde:

-Hijo, la vida y el polvo del desierto te marcaran el rostro, el calor te quemará los brazos y la luz cegará tu destino y con todo ello tendrás que vivir el resto de tu existencia vagando por las cunetas de estos caminos alejados de la mano de Dios.


No se si sería un consejo-souvenir o un billete de ida a la salvación, me meto dentro del coche y antes de accionar el contacto escucho fuera el metálico crujir de un arma, el caballero de mirada caída y rostro curtido me apuntaba con su vieja escopeta de dos cañones mientras me recordaba que debía pagarle algunos billetes y monedas.
Nota mental: Nunca subestimes a nadie, pues sus balas pueden dejarte un recuerdo para toda la vida.

Ahora atardece y pronto caerá un manto de estrellas que oscurecerá las líneas discontinuas sobre el asfalto, desde luego no divisé motel alguno ni un cartel luminoso que me ofreciera cama y amor de usar y tirar. Decidí seguir hasta que ya se me ocurriera algo, pues como anteriormente dije, por la noche es cuando funciona mejor mi cabeza. El astro Rey se ocultaba entre las montañas y unas nubes lo arropaban dando paso a la bella dama Luna. Las luces de mi auto eran ahora las protagonistas de la historia, enfocaban todo aquello que yo debía ver y ocultaban misteriosas siluetas producidas por la velocidad y mi falta de sueño, necesito descansar, pero… a lo lejos, a la derecha vislumbro la erguida silueta de alguien aunque está demasiado lejos de mi campo visual y dudo de si es una mala jugada del cansancio o si es el mismo diablo que al fin se ha decidido a comprar mi alma a cambio de Dios sabe que.

Según podía avanzar mi visión se aclaraba y podía ver aquella silueta que ahora se antojaba alta y delgada portando un sombrero. ¿Un Autostopista? ¿Lo llevo? ¿Qué puede pasar?, me lo pienso un rato hasta que con los intermitentes derechos advierto que voy a detenerme unos segundos en el arcén. Llego a la altura de la que ahora podía ver a una persona, afortunadamente humana, de tez clara, ojos misteriosos y sombreados, las facciones de la cara marcadas, larga melena, patillas y bajo su nariz un fino bigote. Portaba consigo una funda de guitarra, se acerca y da una última calda a su cigarro antes de tirarlo, su esquelético cuerpo se asoma por la ventanilla para comenzar una amistosa pero extraña conversación:


-¡Hey tío! ¿Hacia donde vas compañero? -Voy… voy hacia un destino sin concretar… ¿y tu? ¿Que hacías a estas horas en el arcén? -Tengo demasiado corazón y voy hacia el infierno, me han citado desde hace un mes pero no me decidía a ir, ¿bueno que? ¿Me llevas? -Sube, de todas formas todos tendremos que ir algún día allí.

El desgarbado caballero de pelo largo y fino bigote se sienta a mi lado, en el asiento del copiloto, me da las gracias por recogerlo, me ofrece cigarrillos y algo de heroína, le agradezco el gesto pero no me apetecía. Según avanzábamos devorando carretera, el extraño compañero de ruta a penas habla, se limita a ver el lóbrego paisaje que nos brindaba aquella noche con sus ojos vidriosos y diría que de mirada perdida, sin girar la cabeza espeta:

-Tío, este paisaje me recuerda a Nueva Orleáns, donde estuve una larga temporada viviendo, la oscuridad tenía allí un encanto, me acostaba escuchando boogie y al despertar, blues. Aunque aquellas luces a lo lejos son como si estuviera viendo Nueva York, donde yo nací y me crié, pero en L.A… odiaba esa ciudad.

Sorprendido por su comienzo en la conversación le sigo la corriente:

-Parece que viviste una vida distinta en cada lugar. -Bueno… uno nunca es profeta en su tierra, ¿entiendes tío?, pero mi intención era pirarme a Londres aunque no tardé ni un año en desilusionarme y me volví a San Francisco. Allí conocí a unos amigos y formamos una banda de auténticos killers, pero San Francisco nos parecía demasiado inocente para nosotros de modo que atacamos la Gran Manzana, ¡volví de nuevo a casa! Jajajaja a mi puta jodida ciudad natal. -¿Erais asesinos en serie o algo así?

-Más o menos… ya sabes, hace falta dinero para comer y hay que buscarse los garbanzos… Si tío, si… la Gran Manzana… nuestras fechorías no eran nada escandalosas por allí pero éramos muy nombrados por Gran Bretaña. ¡Jajaja, esos hijos de mala madre no quería que volviéramos por allí, nos tenían miedo! Jajaja.
Sin apartar la vista de la carretera seguí dándole conversación:

-¿No os trincaron?
-¡Que va! Aunque me cansé de mi banda tío, me largué a París de modo secreto sin que las mafias americanas se enteraran y afortunadamente a penas se dieron cuenta de mis actos vandálicos en el Viejo Continente, yo tenía el “Savoir Faire”… si… yo lo tenía.
Mi acompañante agacha la cabeza y parece lamentarse, nuevamente la levanta y mira al frente, enciende un cigarrillo y observa por la ventanilla… silencio… no dice nada, quizás sea mejor así. Los minutos pasaban largos y las horas eternas, el ambiente estaba demasiado cargado dentro del habitáculo y opto por bajar las ventanillas y en ese momento vuelve a hablar:

-Hummm tío. ¿Lo hueles?
-¿El qué? Yo no…

-Si si, joder, si, estamos cerca. ¿No hueles el azufre?

-No, solo huelo a humedad, diría que es posible que llueva.

-Eso es porque en tu cabeza hay tormentas y tempestades, presta atención a tus sentidos tío y olisquea el ambiente, verás como lo percibirás.

Yo no conseguía oler a nada más que a tierra mojada, no le hice demasiado caso pero el quería conversación por otro rato:

-Tuve que reconducir mi vida, por mucho que hice y deshice no tenía donde dejar un bonito cadáver y necesitaba alguna relación digna con una mujer. Escapé otra vez y me quedé en Brooklin, allí conocí a mi chica. Era una jodida máquina en la cama, era tremenda, despampanante… haría resucitar a un muerto con el vaivén de sus caderas…

Otra vez siente nostalgia, golpea levemente la guantera y con un hilo de voz dice; “Toots”.
Decido hacer una parada de unos minutos para estirar las piernas y respirar. Mi compañero de carteara baja del coche, desenfunda su guitarra y sentándose sobre el capó continúa relatándome su historia mientras hace sonar levemente el instrumento:

-¿Ves aquella estrella que parpadea? Esa era mi vida, intermitente y poco a poco fue apagándose. Mis escarceos con la delincuencia ya no tenían a penas repercusión, cada vez iba a menos, más mediocre aunque estuve muy cerca de tocar la gloria durante un corto periodo de tiempo, la gloria, esa a la que yo llamo “La Princesa Prometida”.

-¿Nunca diste con tus huesos en la cárcel? -¿La cárcel? Mi existencia era una estúpida prisión, no volví a ser el mismo, mi chica se esfumó y me volví a esposar, nunca mejor dicho, con una señorita llamada Lisa pero también se esfumó, digamos que se casó con la muerte y a mi me dejó tirado. Yo no sabía dónde volar, ensucié mi vida y me volví a emparejar y como una reconocida derrota regresé a Nueva York. Nina se llamaba mi tercera mujer, me ofreció las últimas caladas de amor antes de marcharme definitivamente y encontrarme enfermo por una cuneta y ahora aquí hablando contigo.

Sentado frente a el, su historia me había dejado sobrecogido, ahora era yo el que necesitaba un pitillo, le pido uno y me ofrece su cajetilla y un Zippo. Fumando durante cinco minutos decidimos reanudar nuestra marcha hacia a saber dónde. El silencio reinaba en el interior del auto, dejábamos atrás kilómetros y sembrábamos historias agitadas, aquel tipo no volvió a hablar, se limitó a cerrar los ojos y apoyar su cabeza hacia atrás, creo que estaba demasiado cansado. El cuentakilómetros seguía marcando los ciento treinta por hora y la noche que para mi olía a tierra mojada para el extraño señor del fino bigote aquella oscuridad le olía a azufre.

No podía continuar más, no quería sufrir ningún accidente pero todavía faltaban ochenta kilómetros para llegar al primer motel de la zona, el sueño pesado me empujaba los párpados hacia abajo y necesitaba reposar todo el camino digerido, encendí la radio para mantenerme entretenido, equilibré el sonido para no despertarlo y permanecí despierto como pude hasta que llegamos al desconchado motel. Woody Guthrie amenizaba la llegada al aparcamiento de nuestro retiro, todos debíamos descansar, ésta máquina mata fascistas.

Al bajar del coche reservé un par de camas, volví al auto y lo desperté. Sus ojos estaban de un extraño color amarillento, no pronunció palabra alguna y se limitó a caminar
como pudo hacia la habitación, se tumbó boca arriba y cayó en un profundo sueño. Hice lo mismo, no tardé en caer rendido en los brazos de Morfeo.

No se el tiempo que pude estar durmiendo, pero diría que aun era de noche, me reincorporé y masqué el ambiente algo húmedo, miré a mi izquierda donde mi nuevo amigo se encontraba en su cama pero que para mi sorpresa ya no estaba. ¿Qué había podido pasar? ¿Dónde diablos se ha metido? Rápidamente miré por la ventana, temía que me hubiera robado el coche pero ahí seguía aparcado en el parking. Yo no podía dejar de darle vueltas, me vestí como pude y calzándome las botas por el camino bajé hasta la recepción, allí pregunté si había visto salir a mi acompañante pero respondieron negativamente. No podía ser, subí por segunda vez a la habitación y registré todo; ni rastro. Sin darme más explicaciones bajé aturdido y me aproximé al coche, abrí la puerta y me senté, ya dentro observé el paisaje aun oscuro pero con retazos de una tenue luz rojiza, mis ojos se toparon con el luminoso del motel donde pude leer: “El Infierno”.


Una mueca de simpatía recorrió mi cara, curioso el nombre de aquel lugar. Tras suspirar un segundo, quizá dos, coloqué el retrovisor, me abroché el cinturón de seguridad y abrí la guantera para sacar mis pastillas, pero de aquel pequeño compartimiento cayó una tarjeta de cartón que dio a parar al asiento del copiloto, la sujeté con el dedo índice y pulgar y pude leer:

“Ud. Ha sido sacudido por el rock and roll, atentamente: Willie deVille”.




Charly.-


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