La gratuidad de la palabra es el mejor nido para la perversión de los hechos y no estaría mal que en ciertas ocasiones se impusiera un canon dialéctico a aquellos que pecan de hablar por hablar, o escribir por escribir, mejor dicho. Ciertos sesgos de la prensa de nuestro país, y por ende la musical, padecen la enfermedad de la noticia de impacto. Caiga quien caiga, la noticia tiene que salir o inventarse mediante el conducto de la tergiversación. Hasta en el más nimio detalle se fijan para exagerar y proyectar una noticia de actualidad que poco o nada tiene que ver con la naturaleza o la realidad de las cosas. Y de eso sabe mucho Enrique Bunbury, que padeció y sigue padeciendo la torpeza de parte de la prensa musical de su querida Iberia Sumergida. Pero recapitulemos, que la vergüenza de las palabras escritas en el pasado no deben esfumarse si queremos seguir siendo conscientes de la calaña de ciertas firmas actuales de nuestro bendito país.
Recuerdo, como si fuera ayer, que durante una clase de armonía en el conservatorio de música (ese lugar que debería ser frecuentado por más de uno para que le educaran su oído y pluma), una compañera, a propósito de un debate entre el profesor y el alumnado sobre la calidad musical de la música pop y rock, alzó su voz para dejar al rock español a una altura más baja que la suela de los zapatos. Aducía falta de sentido musical de la mayoría de las canciones, ausencia de voces auténticas que pudieran afrontar con una técnica adecuada melodías medianamente complejas, trivialidad en los planteamientos armónicos y un sinfín de motivos más que ahora no recuerdo. Demasiado análisis, quizás, para tratarse, el rock me refiero, de un género de música popular cuya principal finalidad es y será la percepción directa del oyente sin necesidad de mucha técnica musical.
La respuesta del profesor fue contundente. Quizás, creo recordar que decía, hasta hoy casi ningún grupo de rock en España ha ofrecido una música de nivel interesante en todos los sentidos, pero el presente y futuro ya no será así porque para eso están los Héroes del Silencio. Me llamaron la atención sus palabras. Fue la primera vez que escuché hablar de aquella banda, cuando entonces se encontraba rotando por el orbe terrestre presentando su “Espíritu del vino”. Mis oídos, que apenas con 15 años no habían escuchado otra cosa que música clásica, se sorprendieron cuando azotado por la curiosidad me acerqué a esa música oscura, bien revestida por una instrumentación compacta con un instrumento añadido como era aquella voz grande y poderosa, algo impostada y engolada. Todavía tenía que mejorarla, pero sin duda se trataba de algo inusual y casi único en un terreno musical algo estancado por la media altura de sus voces monótonas y limitadas.
Ahora con el prisma del tiempo pasado leo muchas crónicas de aquellos conciertos en las que casi sistemáticamente, así tocaran como los ángeles, se despotricaba contra la música de Enrique, Juan, Joaquín y Pedro. Lo más gracioso es que los argumentos en su mayoría se extralimitaban de lo musical. Qué tendrá que ver la belleza que su cantante despertaba en las chicas jóvenes, los ropajes de los miembros del grupo, su presunta soberbia o la antipatía ante las cámaras, con la grandeza de su música. Nada. Y sin embargo una prensa con la etiqueta de crítica musical se explayó en sandeces y barbaridades, denotando una falta absoluta de formación musical precisamente. Esos críticos no oían o no querían oír la guitarra excepcional de Valdivia paseándose por ese fondo armónico en constante modulación y dibujando melodías arriba y debajo de la escala con una solemnidad sobresaliente, mientras que la sin igual voz de Bunbury ejercía de contrapunto y sobrecanto a lo que Valdivia exponía en el pentagrama. Modulaciones, importantes progresiones ascendentes en la escala (¡intervalos de séptima!), notas tenidas con una fuerza descomunal, coloraturas, reguladores ejecutados con una facilidad pasmosa , estilo y elegancia vocales. Su voz era un deleite para el oído.
Cabe la posibilidad, cada vez más certera conforme leo artículos y despropósitos ligados a ellos, que muchos de los que firman atacando a Bunbury, ninguneándolo, minusvalorándolo o soslayando su grandeza como artista, no saben ni siquiera lo que es una corchea o una clave de sol, ni un acorde en modo mayor o menor. Y ante semejante ignorancia musical, poco se puede esperar de los que basan sus crónicas más en si el cantante se ríe en el escenario, cuenta algún chiste o cae simpático cuando le preguntan con cámaras delante, que en el contenido estrictamente musical de lo que se ve en el escenario. Es decepcionante ver cómo en nuestro país se mima muy poco a las estrellas del rock patrio, que cuando salen de nuestras fronteras con razón no se sienten como un extranjero, porque los elogios se duplican o triplican en comparación a los recibidos aquí.
En nuestra piel de toro Bunbury tiene que demostrar dos o tres veces más que cualquier otro compañero de género para recibir la misma condescendencia de la crítica, un sencillo elogio o que por lo menos no le linchen. Esa historia de amor/odio con la prensa terminó por forjar su, quizás, carácter opaco frente a los medios. No tenía más remedio y se creó su propio mecanismo de defensa. Así, en España algunos parecen que ya tienen la eterna venia de la crítica y su indulgencia, mientras que otros, nuestro caso, están en continuo examen y cada disco que lanzan supone una vuelta a empezar ante esa crítica con tan bajos conocimientos estrictamente musicales.
Pero la historia tiene rescoldos en el camino para colocar muy de cuando en vez las fichas. Así, la gira de regreso de Héroes fue un soberbio aldabonazo a las mentes torpes de las firmas que los vilipendiaron y demostraron con su directo y con la expectación que crearon, que después de doce años todavía no existe una banda en España que les llegue por la cintura en la calidad compositiva de las canciones, en la ejecución instrumental y vocal y en la capacidad de convocatoria (aparece Madona en la Cartuja de Sevilla ante 50.000 espectadores y ocupa más minutaje en los telediarios que cuando Héroes del Silencio tocaron en el mismo lugar con 72.000: de locos e imbéciles) Esto es así, nos abrimos a lo que nos viene y no somos ni para valorar justamente el material musical que se alumbra en nuestra geografía española.
Para más inri, la carrera musical en solitario de Enrique Bunbury nos deja un sobresaliente catálogo de buenas canciones y proyectos. Sus comienzos con “Radical Sonora” no fueron fáciles. Mientras que se quitaba la pesada losa del mito de Héroes, Enrique giraba con una apuesta más dentro de su particular universo musical ecléctico. No le fue del todo bien, pero nuevamente se portó como un artista único y grande al reinventarse, renacer de sus cenizas y publicar uno de los mejores discos que se han lanzado en los últimos años: “Pequeño”. Un disco que destila un sencillo acto de humildad para partir desde cero.
Desde éste hasta “El viaje a ninguna parte” Bunbury cristaliza una trilogía sabrosa y lujosa de música de cabaret, conjugada con vetas rockeras, tangos, boleros, pasodobles, rancheras, canción mediterránea, folk americano y un sinfín de giros musicales internacionales. Bunbury se labró una legión de seguidores acérrimos y fieles, que para sí quisieran muchos artistas protegidos y blindados por la crítica musical. Alcanzó prestigio, también, en ciertos sectores de revistas, radios y productores cuando materializó con Nacho Vegas una pequeña gran perla del rock: “El tiempo de las cerezas”. Pero siempre con recelo, a Bunbury nunca le han dado el gustazo de decirle lo que realmente se merece. Sin embargo incito, por enésima vez, a los que le odian que piensen: ¿conocen ustedes a un cantante en España con el bagaje estilístico y la variedad musical de Bunbury? No creo que exista alguien tan poliédrico como él.
El proyecto del “Freak Show” no conoce ni antecedentes ni sucesores en nuestra música. El cénit de una carrera, el paroxismo de la calidad musical, creativa e interpretativa de un cantante y su genial banda y encima dando cancha a músicos de culto, de vanguardia que no pueden saborear esos baños de masas tan a menudo, ni una difusión tan global como la del aragonés errante. Porque éste es otro aspecto de Bunbury: su especial dedicación a colaborar con cuantos cantantes se lo han solicitado e incluso con quienes él ha querido ayudar (casos notables como el de Amaral). Pese a ello, él sigue siendo para muchos una persona petulante y prepotente. Si así lo fuera, no hubiera hecho ni la mitad de los proyectos mancomunados que jalonan su amplia trayectoria. Quizás él ha tenido que pagar su sinceridad, su honestidad consigo mismo, su transparencia, su minuciosa profesionalidad y su alergia a lo políticamente correcto en un país que desde hace un tiempo entró en la enfermedad del buenismo.
Ahora nos vienen con el rollo del plagio. De primeras, se tiene la desfachatez de confundir al personal catalogando como plagio algo que no lo es desde el punto de vista conceptual y legal. Hasta la norma se la saltan con tal de arañar la imagen de Bunbury. Se agarran a armas ilegítimas. No vale su carrera, ni sus méritos pasados y actuales. Pero no saben que si hay algún artista en España que no necesita de la adulación de la prensa, ése es Bunbury. Su prestigio se lo ha forjado él solito, sin necesidad de abraza farolas, ni lame culos, ni perros falderos. Él prefiere no ir saludando con sonrisas en la boca y dedicarse a la música, que es al fin y al cabo la parcela desde donde debe valorarse a un artista (rockero en nuestro caso)
En estos días aparece el cotilleo de los versos de Casariego (¡la de personas que estarán conociendo a este poeta ahora en estos días!) en una canción de su Hellville deluxe. Lo publican como una novedad, cuando no sería la primera vez porque el mismo Bunbury nunca ha negado sus referencias e influencias, sino que las ha dejado traslucir como así se comprueba en su biografía “Enrique Bunbury: lo demás es silencio” de Pep Blay. Después, alguna mente lúcida confunde la publicación de un nuevo single con la sustitución de éste por el primero. “Hay muy poca gente” no aparece para reemplazar como cabecera a “El hombre delgado que no flaqueará jamás”, sino que lo hace como avanzadilla del esperado disco. En fin, los despropósitos se van sumando y uno a estas alturas llega a pensar qué tipo de conocimientos musicales ostentan algunas firmas.
Bach, mentor de mentores de la música occidental, integró en sus obras diversas melodías y músicas populares, revistiéndolas de su particular ingenio e inspiración y capturándolas eternamente bajo el nombre de grandes piezas orquestales. Los compositores nacionalistas (españoles, rusos, etc.) bebían de las fuentes más populares para firmar sus particulares rapsodias y poemas sinfónicos. Wagner bebió de Beethoven y sus parecidos, e incluso guiños, nunca han sido acusados de plagio. La poca perspectiva de los que han sacado a la luz la falsa acusación de plagio es, cuanto menos, vergonzosa.
Ahora le acusan de que acusa a Sabina. Otra más de las tergiversaciones. Bunbury en unas declaraciones a un periódico intenta demostrar que las influencias y las referencias en las canciones no sólo existen en él, sino en otros artistas de renombre, contra los cuales no se orquesta ninguna guerra. Y acto seguido defiende precisamente el proceder de gente como Sabina. En ningún caso le ataca. Sin ir más lejos, en otra entrevista realizada a Calamaro en una revista musical de prestigio, el periodista le pregunta a Andrés sobre determinadas influencias de su disco, a lo que el argentino responde poniéndole la autoría a diversas citas de sus canciones. ¿Y? A Bunbury para empezar, no se le preguntó por sus citas en su nuevo disco, si no lo hubiera afirmado sin ningún tipo de complejos.
Así estamos. En un país que fomenta la mediocridad, que se dedica a las confidencias musicales a toro pasado como presumiendo de descubrir la pólvora, que pese a la arrolladora historia de Héroes todavía no se convence, un país que adolece de amor propio, de defender lo suyo, de apoyar a los que realmente valen; un país que no cree en sus artistas, que no se cree que en su tierra puedan nacer genios y estrellas del rock y que está sumergido en un mar de complejos ante las estrellas internacionales.
Que sigan berreando y bufando. Que continúen cabalgando que Bunbury y los suyos iremos a lo nuestro. Sus conciertos seguirán siendo lúcidos y espectaculares en su directo, congregando a miles de seguidores en todos y cada uno de ellos. Aparecerá en México para ser adorado y bien recibido, como el que no es profeta en su tierra. Su voz no parará de quebrar corazones y, ahora que es más madura y asentada que antes, seguirá desgranando esas perífrasis y melismas con una claridad y fuerza que están a la altura de muy pocos.
Por Bunbury, porque le quedan muchas cosas por hacer y ser. Y por nosotros, que nos restan numerosas bellas canciones por escuchar y sentir. Por todos y todas.
Recuerdo, como si fuera ayer, que durante una clase de armonía en el conservatorio de música (ese lugar que debería ser frecuentado por más de uno para que le educaran su oído y pluma), una compañera, a propósito de un debate entre el profesor y el alumnado sobre la calidad musical de la música pop y rock, alzó su voz para dejar al rock español a una altura más baja que la suela de los zapatos. Aducía falta de sentido musical de la mayoría de las canciones, ausencia de voces auténticas que pudieran afrontar con una técnica adecuada melodías medianamente complejas, trivialidad en los planteamientos armónicos y un sinfín de motivos más que ahora no recuerdo. Demasiado análisis, quizás, para tratarse, el rock me refiero, de un género de música popular cuya principal finalidad es y será la percepción directa del oyente sin necesidad de mucha técnica musical.
La respuesta del profesor fue contundente. Quizás, creo recordar que decía, hasta hoy casi ningún grupo de rock en España ha ofrecido una música de nivel interesante en todos los sentidos, pero el presente y futuro ya no será así porque para eso están los Héroes del Silencio. Me llamaron la atención sus palabras. Fue la primera vez que escuché hablar de aquella banda, cuando entonces se encontraba rotando por el orbe terrestre presentando su “Espíritu del vino”. Mis oídos, que apenas con 15 años no habían escuchado otra cosa que música clásica, se sorprendieron cuando azotado por la curiosidad me acerqué a esa música oscura, bien revestida por una instrumentación compacta con un instrumento añadido como era aquella voz grande y poderosa, algo impostada y engolada. Todavía tenía que mejorarla, pero sin duda se trataba de algo inusual y casi único en un terreno musical algo estancado por la media altura de sus voces monótonas y limitadas.
Ahora con el prisma del tiempo pasado leo muchas crónicas de aquellos conciertos en las que casi sistemáticamente, así tocaran como los ángeles, se despotricaba contra la música de Enrique, Juan, Joaquín y Pedro. Lo más gracioso es que los argumentos en su mayoría se extralimitaban de lo musical. Qué tendrá que ver la belleza que su cantante despertaba en las chicas jóvenes, los ropajes de los miembros del grupo, su presunta soberbia o la antipatía ante las cámaras, con la grandeza de su música. Nada. Y sin embargo una prensa con la etiqueta de crítica musical se explayó en sandeces y barbaridades, denotando una falta absoluta de formación musical precisamente. Esos críticos no oían o no querían oír la guitarra excepcional de Valdivia paseándose por ese fondo armónico en constante modulación y dibujando melodías arriba y debajo de la escala con una solemnidad sobresaliente, mientras que la sin igual voz de Bunbury ejercía de contrapunto y sobrecanto a lo que Valdivia exponía en el pentagrama. Modulaciones, importantes progresiones ascendentes en la escala (¡intervalos de séptima!), notas tenidas con una fuerza descomunal, coloraturas, reguladores ejecutados con una facilidad pasmosa , estilo y elegancia vocales. Su voz era un deleite para el oído.
Cabe la posibilidad, cada vez más certera conforme leo artículos y despropósitos ligados a ellos, que muchos de los que firman atacando a Bunbury, ninguneándolo, minusvalorándolo o soslayando su grandeza como artista, no saben ni siquiera lo que es una corchea o una clave de sol, ni un acorde en modo mayor o menor. Y ante semejante ignorancia musical, poco se puede esperar de los que basan sus crónicas más en si el cantante se ríe en el escenario, cuenta algún chiste o cae simpático cuando le preguntan con cámaras delante, que en el contenido estrictamente musical de lo que se ve en el escenario. Es decepcionante ver cómo en nuestro país se mima muy poco a las estrellas del rock patrio, que cuando salen de nuestras fronteras con razón no se sienten como un extranjero, porque los elogios se duplican o triplican en comparación a los recibidos aquí.
En nuestra piel de toro Bunbury tiene que demostrar dos o tres veces más que cualquier otro compañero de género para recibir la misma condescendencia de la crítica, un sencillo elogio o que por lo menos no le linchen. Esa historia de amor/odio con la prensa terminó por forjar su, quizás, carácter opaco frente a los medios. No tenía más remedio y se creó su propio mecanismo de defensa. Así, en España algunos parecen que ya tienen la eterna venia de la crítica y su indulgencia, mientras que otros, nuestro caso, están en continuo examen y cada disco que lanzan supone una vuelta a empezar ante esa crítica con tan bajos conocimientos estrictamente musicales.
Pero la historia tiene rescoldos en el camino para colocar muy de cuando en vez las fichas. Así, la gira de regreso de Héroes fue un soberbio aldabonazo a las mentes torpes de las firmas que los vilipendiaron y demostraron con su directo y con la expectación que crearon, que después de doce años todavía no existe una banda en España que les llegue por la cintura en la calidad compositiva de las canciones, en la ejecución instrumental y vocal y en la capacidad de convocatoria (aparece Madona en la Cartuja de Sevilla ante 50.000 espectadores y ocupa más minutaje en los telediarios que cuando Héroes del Silencio tocaron en el mismo lugar con 72.000: de locos e imbéciles) Esto es así, nos abrimos a lo que nos viene y no somos ni para valorar justamente el material musical que se alumbra en nuestra geografía española.
Para más inri, la carrera musical en solitario de Enrique Bunbury nos deja un sobresaliente catálogo de buenas canciones y proyectos. Sus comienzos con “Radical Sonora” no fueron fáciles. Mientras que se quitaba la pesada losa del mito de Héroes, Enrique giraba con una apuesta más dentro de su particular universo musical ecléctico. No le fue del todo bien, pero nuevamente se portó como un artista único y grande al reinventarse, renacer de sus cenizas y publicar uno de los mejores discos que se han lanzado en los últimos años: “Pequeño”. Un disco que destila un sencillo acto de humildad para partir desde cero.
Desde éste hasta “El viaje a ninguna parte” Bunbury cristaliza una trilogía sabrosa y lujosa de música de cabaret, conjugada con vetas rockeras, tangos, boleros, pasodobles, rancheras, canción mediterránea, folk americano y un sinfín de giros musicales internacionales. Bunbury se labró una legión de seguidores acérrimos y fieles, que para sí quisieran muchos artistas protegidos y blindados por la crítica musical. Alcanzó prestigio, también, en ciertos sectores de revistas, radios y productores cuando materializó con Nacho Vegas una pequeña gran perla del rock: “El tiempo de las cerezas”. Pero siempre con recelo, a Bunbury nunca le han dado el gustazo de decirle lo que realmente se merece. Sin embargo incito, por enésima vez, a los que le odian que piensen: ¿conocen ustedes a un cantante en España con el bagaje estilístico y la variedad musical de Bunbury? No creo que exista alguien tan poliédrico como él.
El proyecto del “Freak Show” no conoce ni antecedentes ni sucesores en nuestra música. El cénit de una carrera, el paroxismo de la calidad musical, creativa e interpretativa de un cantante y su genial banda y encima dando cancha a músicos de culto, de vanguardia que no pueden saborear esos baños de masas tan a menudo, ni una difusión tan global como la del aragonés errante. Porque éste es otro aspecto de Bunbury: su especial dedicación a colaborar con cuantos cantantes se lo han solicitado e incluso con quienes él ha querido ayudar (casos notables como el de Amaral). Pese a ello, él sigue siendo para muchos una persona petulante y prepotente. Si así lo fuera, no hubiera hecho ni la mitad de los proyectos mancomunados que jalonan su amplia trayectoria. Quizás él ha tenido que pagar su sinceridad, su honestidad consigo mismo, su transparencia, su minuciosa profesionalidad y su alergia a lo políticamente correcto en un país que desde hace un tiempo entró en la enfermedad del buenismo.
Ahora nos vienen con el rollo del plagio. De primeras, se tiene la desfachatez de confundir al personal catalogando como plagio algo que no lo es desde el punto de vista conceptual y legal. Hasta la norma se la saltan con tal de arañar la imagen de Bunbury. Se agarran a armas ilegítimas. No vale su carrera, ni sus méritos pasados y actuales. Pero no saben que si hay algún artista en España que no necesita de la adulación de la prensa, ése es Bunbury. Su prestigio se lo ha forjado él solito, sin necesidad de abraza farolas, ni lame culos, ni perros falderos. Él prefiere no ir saludando con sonrisas en la boca y dedicarse a la música, que es al fin y al cabo la parcela desde donde debe valorarse a un artista (rockero en nuestro caso)
En estos días aparece el cotilleo de los versos de Casariego (¡la de personas que estarán conociendo a este poeta ahora en estos días!) en una canción de su Hellville deluxe. Lo publican como una novedad, cuando no sería la primera vez porque el mismo Bunbury nunca ha negado sus referencias e influencias, sino que las ha dejado traslucir como así se comprueba en su biografía “Enrique Bunbury: lo demás es silencio” de Pep Blay. Después, alguna mente lúcida confunde la publicación de un nuevo single con la sustitución de éste por el primero. “Hay muy poca gente” no aparece para reemplazar como cabecera a “El hombre delgado que no flaqueará jamás”, sino que lo hace como avanzadilla del esperado disco. En fin, los despropósitos se van sumando y uno a estas alturas llega a pensar qué tipo de conocimientos musicales ostentan algunas firmas.
Bach, mentor de mentores de la música occidental, integró en sus obras diversas melodías y músicas populares, revistiéndolas de su particular ingenio e inspiración y capturándolas eternamente bajo el nombre de grandes piezas orquestales. Los compositores nacionalistas (españoles, rusos, etc.) bebían de las fuentes más populares para firmar sus particulares rapsodias y poemas sinfónicos. Wagner bebió de Beethoven y sus parecidos, e incluso guiños, nunca han sido acusados de plagio. La poca perspectiva de los que han sacado a la luz la falsa acusación de plagio es, cuanto menos, vergonzosa.
Ahora le acusan de que acusa a Sabina. Otra más de las tergiversaciones. Bunbury en unas declaraciones a un periódico intenta demostrar que las influencias y las referencias en las canciones no sólo existen en él, sino en otros artistas de renombre, contra los cuales no se orquesta ninguna guerra. Y acto seguido defiende precisamente el proceder de gente como Sabina. En ningún caso le ataca. Sin ir más lejos, en otra entrevista realizada a Calamaro en una revista musical de prestigio, el periodista le pregunta a Andrés sobre determinadas influencias de su disco, a lo que el argentino responde poniéndole la autoría a diversas citas de sus canciones. ¿Y? A Bunbury para empezar, no se le preguntó por sus citas en su nuevo disco, si no lo hubiera afirmado sin ningún tipo de complejos.
Así estamos. En un país que fomenta la mediocridad, que se dedica a las confidencias musicales a toro pasado como presumiendo de descubrir la pólvora, que pese a la arrolladora historia de Héroes todavía no se convence, un país que adolece de amor propio, de defender lo suyo, de apoyar a los que realmente valen; un país que no cree en sus artistas, que no se cree que en su tierra puedan nacer genios y estrellas del rock y que está sumergido en un mar de complejos ante las estrellas internacionales.
Que sigan berreando y bufando. Que continúen cabalgando que Bunbury y los suyos iremos a lo nuestro. Sus conciertos seguirán siendo lúcidos y espectaculares en su directo, congregando a miles de seguidores en todos y cada uno de ellos. Aparecerá en México para ser adorado y bien recibido, como el que no es profeta en su tierra. Su voz no parará de quebrar corazones y, ahora que es más madura y asentada que antes, seguirá desgranando esas perífrasis y melismas con una claridad y fuerza que están a la altura de muy pocos.
Por Bunbury, porque le quedan muchas cosas por hacer y ser. Y por nosotros, que nos restan numerosas bellas canciones por escuchar y sentir. Por todos y todas.
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3 comentarios:
impresionante documento. he disfrutado mucho de la lectura, grandes verdades escritas muy bien.
un saludo
nanuk
Creo que me voy a enmarcar esto. Qué bueno.
Verdades como puños.
Estupendo artículo. Totalmente de acuerdo y excelentemente expresado.
Gracias.
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