Por Octavio Gómez Milián
Por fin ve la luz el nuevo disco de Insulina Morgan, La Caja de los Recuerdos. Después de su victoria en el Muévete del 2007, este LP cristaliza todas las influencias y peculiaridades de una de las bandas más sobresalientes de Aragón.
La capacidad compositiva de Insulina Morgan se refrenda en un buen número de las canciones del LP. Insulina Morgan es capaz de arrojar ingentes cantidades de belleza en las pinceladas de cotidianidad con la que dibuja sus temas. No son letras sesudas o cargadas de una intención poética, son hermosas en lo cercano. Está claro que temas como La caja de los recuerdos, trufada de anécdotas vitales y con el regusto clásico que, por ejemplo, especia los últimos temas de Josele Santiago en solitario, es un puntal para este disco, una declaración de intenciones, como lo es ese guiño a la Orquesta Mondragón en Caperucita Feroz o el aroma de guitarras venenosas que exhala Mi vida-con la colaboración de Nacho Estévez y Fernando Frisa, cabezas visibles de la saga Malamente-Los Cármenes, otra manera de marcar genealogía y débitos-. Es complicado mantener un nivel sobresaliente a lo largo de una docena de canciones, pero Insulina Morgan están a punto de conseguirlo, la ironía swing y chulesca de Narciso, el rock añejo y matador de Bandido Calavera, el descenso melancólico y arrebatado de Se acabó, el ejercicio de estilo de rock español que es Rimas y Lamentos. Todo junto escapa por una vez a las habituales comparaciones con Enemigos y Gabinete Caligari para llevarnos a un estadio en el que a Insulina Morgan hay que concederles una identidad propia.
Siempre he defendido que Insulina Morgan es el penúltimo eslabón de la cadena Mestizos-Mas Birras-Proscritos-Días de Vino y Rosas-Malamente. Una actitud, un saber estar, una facilidad innata en la composición y el guiso. Una banda que hace diez años hubiera publicado este disco para audiencias mucho mayores. Esto debería alimentar una reflexión que poco a poco se hace imprescindible entre todos los amantes de la música. Se acabó la época dorada, eso está claro, pero nos dejamos consumir o buscamos soluciones entre los restos de la hoguera. Les dejo que lo piensen mientras escuchan La Caja de los Recuerdos. Si aún les queda alguna inquietud, espero que les haga saltar de la cama cuando los últimos acordes de Una hoja perdida se apaguen.
Por fin ve la luz el nuevo disco de Insulina Morgan, La Caja de los Recuerdos. Después de su victoria en el Muévete del 2007, este LP cristaliza todas las influencias y peculiaridades de una de las bandas más sobresalientes de Aragón.
La capacidad compositiva de Insulina Morgan se refrenda en un buen número de las canciones del LP. Insulina Morgan es capaz de arrojar ingentes cantidades de belleza en las pinceladas de cotidianidad con la que dibuja sus temas. No son letras sesudas o cargadas de una intención poética, son hermosas en lo cercano. Está claro que temas como La caja de los recuerdos, trufada de anécdotas vitales y con el regusto clásico que, por ejemplo, especia los últimos temas de Josele Santiago en solitario, es un puntal para este disco, una declaración de intenciones, como lo es ese guiño a la Orquesta Mondragón en Caperucita Feroz o el aroma de guitarras venenosas que exhala Mi vida-con la colaboración de Nacho Estévez y Fernando Frisa, cabezas visibles de la saga Malamente-Los Cármenes, otra manera de marcar genealogía y débitos-. Es complicado mantener un nivel sobresaliente a lo largo de una docena de canciones, pero Insulina Morgan están a punto de conseguirlo, la ironía swing y chulesca de Narciso, el rock añejo y matador de Bandido Calavera, el descenso melancólico y arrebatado de Se acabó, el ejercicio de estilo de rock español que es Rimas y Lamentos. Todo junto escapa por una vez a las habituales comparaciones con Enemigos y Gabinete Caligari para llevarnos a un estadio en el que a Insulina Morgan hay que concederles una identidad propia.
Siempre he defendido que Insulina Morgan es el penúltimo eslabón de la cadena Mestizos-Mas Birras-Proscritos-Días de Vino y Rosas-Malamente. Una actitud, un saber estar, una facilidad innata en la composición y el guiso. Una banda que hace diez años hubiera publicado este disco para audiencias mucho mayores. Esto debería alimentar una reflexión que poco a poco se hace imprescindible entre todos los amantes de la música. Se acabó la época dorada, eso está claro, pero nos dejamos consumir o buscamos soluciones entre los restos de la hoguera. Les dejo que lo piensen mientras escuchan La Caja de los Recuerdos. Si aún les queda alguna inquietud, espero que les haga saltar de la cama cuando los últimos acordes de Una hoja perdida se apaguen.
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