23 diciembre 2008

Destinos cruzados

Por Mateo Olaya


Como dice la canción: destinos cruzados. Cada recital de Enrique es una muestra evidente de que todo proviene de un flechazo entre artista y seguidor, entre emisor y receptor. Un buen día él y su música se cruzaron en nuestro camino y desde entonces no hemos podido, ni tampoco queremos, desviarnos de la senda. El pasado sábado la impresión era esa, la de una reunión de viejos amigos que volvían a verse para recuperar el tiempo perdido y viajar a cualquier parte a lomos de una banda de rock and roll. El lugar el idóneo: buena acústica y dimensiones pequeñas para sentir la respiración, donde las guitarras eran cuchillos eléctricos que hacían vibrar los corazones con cada corchea escupida.

Son fechas para estar con la familia y Enrique Bunbury lo ha logrado. Muchos hemos mirado cada día el calendario para deshojarlo esperando a que fuera veinte de diciembre. La calle Arenal era algo más que una vía céntrica donde el ajetreo del Madrid de todos los días pasaba de lado, impersonalizado. Era el hervidero de setecientas personas de la misma familia que habían querido reunirse por Navidad, pues les unía el mismo parentesco musical: la música de Enrique Bunbury. Quizás, todos llevamos en las venas la misma sangre rockera.


Este año no ha sido uno cualquiera. La dualidad vuelve a sobrevolar la vida artística de Enrique: al alimón ha saboreado las mieles del éxito y los agrios sabores de la crítica desaforada, esta vez con un cariz rayando la sinrazón. Hay una gran diferencia entre el Bunbury de hace cuatro años y el de ahora. Trasluce más tranquilidad, pareciera como si se encontrara como pez en el agua tras haber sellado con Nacho Vegas un disco repleto de tesoros musicales y con Héroes del Silencio un tour impregnado de una lección magistral de interpretación rockera. Después, con el ánimo renovado, se metió de lleno en el paraíso gaditano para tejer un disco de rock clásico, rebosante de melodías auténticamente bellas, sobre las que cuelgan unas letras a caballo entre la autoconfesión y la descripción de historias ajenas. En el disco la potencia conduce progresivamente al remanso sonoro y en esa dualidad Bunbury se ha movido para ofrecer cada semana un concierto más grande que el anterior, pero más pequeño que el siguiente.

“Hellville de luxe” está siendo su mejor gira, y como huracán que es su torbellino no deja de arrastrar a más y más personas neófitas que en cada directo se quedan atónitos y eternamente enganchados a su ser y estar musical. Pero no sólo en los números está la grandeza de este tour, sino en los gestos y los lazos emocionales que ha cristalizado. Bunbury ha sentido, como nunca, el calor de sus incondicionales y se ha visto empujado por el viento a favor de sus pisadas cada semana. Auténticos peregrinos de un lado para otro con la única intención de apoyar a su referencia vital en la música. Su banda y el entorno que le rodea ha servido para hacer el resto, que no es poco. Y por eso lo vivido en la Joy Eslava fue la desembocadura final de un río que no ha parado de avanzar en estos meses, saltando desniveles y esquivando meandros.

Bunbury ha querido que sea así. Ha deseado ver a una muestra de su acérrima legión de seguidores en un concierto cuasi privado y lo ha tenido. Una comida de empresa, o de familia, una fiesta de Navidad entre amigos, entre ojos conocidos y voces al unísono. Qué más da cómo calificarlo: un concierto que vale más que cualquier estratosférica aglomeración rockera. Prestos, sus fans no han dudado en rascarse nuevamente el bolsillo para brindarle al gran rockero su presencia en un concierto que él también ha querido brindar a todos esos corazones y ojos que día tras día escuchan su música con más que cinco sentidos: con el alma.


En lo musical no se puede decir tanto como lo que ya se ha dicho. Aun así, la Joy Eslava fue testigo de unos guiños y detalles que merecen la pena subrayarse. Y es que la fortaleza de la banda ha superado todas las pruebas en las canciones fortísimas, rompiendo en un estallido ampuloso, cual volcán en erupción. “El hombre delgado que no flaqueará jamás” fue la elegida para abrir el telón. Bunbury aparece inyectando energía a todos, electrizándonos con su sola presencia, como un relámpago deslumbrante. Tras ella, “Porque las cosas cambian” y “Bujías para el dolor”: la tríada de la ebullición emocional. Pero el concierto fue el mejor día para gozar de la voz grave, solitaria y melancólica de Enrique. “El porqué de tus silencios” es hipnotizante con esa notas pedales en el limbo melódico, “Canción cruel” tan hermosa que hasta no parece cruel o “Aquí” un derroche de intimismo que dibuja el perfecto adiós temporal de un concierto.

Siguiendo con la sintética enumeración, “El Rescate” se revalida como, para mí, su mejor canción: su sentido desgarrador y desesperante, agónico en los versos, hizo que la sala entrara en un delirio único en el que hasta las parejas optaron por cantarla abrazados (queriéndose para no pedir nunca que le devuelvan el amor arrebatado) “El viento a favor” es la canción que no entiende de épocas. Antes una balada de Bunbury encarnado en un crooner mediterráneo y ahora también una balada, pero de un rockero que usa su inercia para finalizarla con contundencia y luego prorrogarla con un sencillo y sutil arpegiado de su guitarra, como languideciendo lentamente resignándose a terminarla. Una resistencia, en definitiva, a acabar con lo bello. Para el cierre “El tiempo de las cerezas”, esa sinfonía austera de guitarra, piano a intervalos y voz directa en la que la letra nos sume en la perfecta atmósfera de la nostalgia por lo que se está acabando. “Yéndose poco a poco...” ¿Habrá versos más bonitos y mejor dichos que estos, para imaginar una despedida?

Tras ella, se desvanecieron las notas, la sombra de Enrique se diluyó, el telón de la función cayó y los latidos de los 700 corazones se ralentizaron, menguaron y recobraron la normalidad de una vuelta a la realidad. Era la imagen del adiós a un sueño y del comienzo de otro que emprenderá un nuevo viaje en el 2009.

Allí estaremos Enrique, como siempre, con tu música al infinito. Allí donde nuestras botas nos lleven.

Texto: Mateo Olaya
Fotografías: Phandora


7 comentarios:

Mateo, de nuevo has conseguido plasmar en palabras lo que yo sentía pero nunca hubiera podido expresar de esta manera tan bella.
Gracias y enhorabuena.

Y se me olvidaba:
Menuda foto, la primera. Qué bien te ha salido, guapa.

Simplemente emociona leerte, eres capaz de reflejar lo que sienten nuestros corazones. Nuevamente un artículo sin parangón. Un millón de gracias por permitirnos el lujo de tenerte en nuestras páginas Mateo.

..madre mía que emoción da leerte..me siento totalmente reflejada en tus palabras..muchas gracias por compartilas con nosotros..de verdad..mil gracias..!!!!!!!!!

..e istanic..miau..cuando quieras te envio unas cuantas fotillos..aunque si me da tiempo para otra ocasión que nos veamos te llevo un cd con un buen surtido..me encantó el detalle que tubiste conmigo de darme....vamos que una maravilla..encantada me tienes..

pd..pido mil perdones por las faltas de ortografía..
me siento mal por dejar los comentarios así ante un trabajo tan bueno..es un honor formar una pequeña parte de ello..
gracias mateo y a todos los que ya sabeis que os debo mi agradecimiento más sincero!!!!
os quiero..

Que descripción tan bella del maestro Bunbury, ojalá que en los mediosde comunicación le trataran tan bien. Pero él se lo merece por ser tan buen cantante, músico, compositor e intérprete.
Bunbury sigue encandilándonos tus bellas, melancólicas, nostálgicas y bonitas canciones.
Que viva BUNBURY!

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